
El Páramo: Guerras claustrofóbicas (Agosto 2011)
La guerra ha sido permanente durante la historia de la humanidad, y siempre será una buena fuente de narraciones sobre las aventuras y la naturaleza de los hombres cuando se asesinan unos a otros. Por eso las películas de guerra siempre han estado presentes en el cine, desde su invención hace más de 110 años. En una película de guerra, en el nivel más básico, siempre hay por lo menos un campo de batalla (el sitio o país donde sucede la guerra de turno), un grupo de soldados protagonistas (que van muriendo uno por uno hasta que quedan unos pocos), y el enemigo o enemigos al cual se enfrentan.
En “El Páramo,” la primera película del director Jaime Osorio Márquez (quien también la escribió), estos tres elementos están claramente presentes: la guerra sucede en un páramo perdido en las montañas de Colombia; hay una escuadra de soldados tratando de sobrevivir; y el enemigo se encuentra escondido entre la niebla que rodea la torre de telecomunicaciones que los soldados han llegado a asegurar. Es en este contexto de frío gris, falta de visibilidad, aislamiento de la civilización y encierro psicológico que los soldados comenzarán a sentir el peso de la guerra sobre sus hombros. La unidad militar originalmente asignada a cuidar la torre ha desaparecido y en las instalaciones hay figuras pintadas con sangre sobre las paredes, símbolos de brujería colgados del techo, rastros de un miedo poderoso que se ha tomado el lugar. El enemigo comienza a emerger de donde menos se espera, la crueldad de la guerra se apodera de las mentes y de las acciones de los soldados, sus pecados del pasado los atormentan, y la violencia se desata inminente.
Quizás uno de los elementos más ricos de El Páramo es que logra comentar y reflejar el proceso de barbarie que ha vivido Colombia durante sus décadas y décadas eternas de guerra, o de conflicto armado interno como también se le llama al estado de las cosas que se vive en el país. El salvajismo, la traición, la injusticia, la irracionalidad y la violencia pesan sobre el alma de los soldados que protagonizan la historia, como también pesan sobre el inconciente colectivo de los colombianos. Hermanos, vecinos, ciudadanos que se hieren los unos a los otros en nombre de un enemigo que no se puede ver ni entender, pero que existe y que ha conquistado un espacio en el alma de Colombia, haciéndonos inmunes al dolor de los otros, pasivos y ciegos ante la infamia a menos que sea contra nosotros. Un espacio social que padezca esta patología no puede tener otro destino que la tragedia, ese mismo destino al que se enfrentan los soldados de El Páramo.
La película contiene una mezcla de géneros y estilos que entrega un resultado poco común. Se mezclan el cine de guerra y el cine de horror con un estilo minimalista, atmosférico, lento y claustrofóbico. Aunque novedosa, esta mezcla narrativa y estilística no llega a profundizar en los conflictos internos de los personajes generando un vacío dramático que se siente inevitablemente con el pasar de los minutos. A pesar de esta decisión, El Páramo logra acercarse, como ninguna otra película que se haya producido en Colombia, al punto de vista de los combatientes que deben experimentar la guerra día tras día, y enloquecerse poco a poco debido a ella. En este sentido la película constituye un cine (un género) fresco dentro de la ola de producción cinematográfica que ha disfrutado Colombia durante la última década.
Serán los espectadores los que decidan si el resultado final funciona como producto audiovisual. Si ven en El Páramo una meditación opaca sobre la guerra nacional o si logran sentir una película de suspenso y acción que conmueve y entretiene. Como siempre, el veredicto estará en los ojos de la audiencia.
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