
El fin de Barcelona
Es verano y ya ha amanecido en Londres. La brisa tibia de la ciudad recorre las calles y el sonido del underground raspa el asfalto desde abajo. Los rostros de los hombres están blancos, fantasmales, como una pastilla recién manufacturada. Los oídos todavía escuchan la música en forma de extensa línea roja que parece no desvanecer. La piel de las mujeres es blanca y las negras que trajeron de África hace siglos se ven pálidas y atractivas. Pupilas dilatadas. Fosas nasales llenas de polvo blanco ensangrentado de Colombia. Dentro. Antes. Todo son beats. Del VIP lounge en el tercer piso hasta el sótano de sudor humeante en el que todos son sospechosos pero nadie acusa a nadie. Veo a los chicos malos acercarse a las mujeres guapas como sex pistols que no se han limpiado el culo hace semanas, con ojos de sangre que dan miedo pero que a alguna habrán de atraer. El chico japonés del diminuto teléfono manga graba un video on-line del cuerpo ácido y fluyente de Jeff Mills, que se equivoca en los tornamesas cada dos cortes porque la piel de sus ojos brilla para adentro y no ve nada. Pero a Mills hay que pagarle en bits, porque le puso música de 2004 al 2001 de Kubrick, y me mostró la materia de la palabra Beyond, del imperativo Never Stop, del concepto de Frontera. A esta calle de la Londra he llegado solo pero me han inscrito en la lista. Eso me pone dentro de The End. Ahora sólo debo encontrar a Ralf, mi amigo alemán de Barcelona.
A Ralf lo he conocido en Barza hace un par de semanas en la Zona Temporalmente Autónoma del Sonar. El festival de música electrónica y arte multimedia que vibra anualmente en el mediterraneo desde mil nueve 94 y que sigue atrayendo a niños bien de todo el planeta. En la mitad del galpón de feria exposición europea en el que se lleva a cabo la fiesta final del festival – un espacio en el que siento por primera vez la realidad y el significado de la posmodernidad y la muerte de dios, un espacio donde todo es un simulacro simplemente fugaz – Cesar Londoño, un colombiano, fundador del sitio de Internet pressriot.com, me dice “en 2003 conocí a unos locos de Nueva Zelandia que vinieron hasta Barcelona sólo para el fin de semana del Sonar. Un viaje de 24 horas. Llegaron, estuvieron dos días, se pusieron verdes y se devolvieron”. Tan solo un case study de un comportamiento general. 24 hours party-journey people.
Carlos Peralta-Caceres
Ámsterdam
Noviembre 2004 / January 2005
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